martes, 26 de febrero de 2013

Entrevista a Viviana Paletta y Óscar Pirot


*La presente entrevista se publicó (junto con un ensayo sobre las obras de ambos autores y una selección de sus poemas) en la revista Separata, número 22, correspondiente al mes de julio de 2011.


Viviana Paletta (Buenos Aires, 1967).
En 1986 recibió el 1er premio de Poesía en el I Certamen Literario para la Mujer Argentina y en 1989 fue seleccionada en la Primera Bienal de Arte Joven de Argentina. En 2003 publicó su libro de poemas El patrimonio del aire. Sus cuentos integran: Di algo para romper este silencio (México, 2005), Antología de seres de la noche (México-Florida, 2006) y El arca. Bestiario y ficciones de treintaiún narradores hispanoamericanos, (Santiago de Chile-Lima, 2007). Está incluida en la antología Estruendomudo y Los poetas interiores. Una muestra de la nueva poesía argentina (Madrid, 2003 y 2005). Ha editado y prologado los Cuentos completos de Rodolfo Walsh (Madrid, 2010).


Óscar Pirot (Ciudad de México, 1979)
Nació en la ciudad de México en 1979. Es autor de los poemarios: Memoria del agua (Amarillo Editores, México, 2005), Luz anfibia (Mención Especial del Jurado en el Premio de Poesía Universidad Complutense, 2010) y Bestimenta (Papel de Fumar Ediciones, La Tabacalera, Madrid, 2011). Parte de su obra aparece recogida en la antología Donde el olvido no habite (Legados Ediciones, Madrid, 2011). Actualmente reside en España y es miembro del colectivo de poesía Lavarca Ebria.
Aprovecho la ocasión para felicitaros por la publicación de vuestros dos excelentes poemarios, Las naciones hechizadas y Bestimenta que, sin duda, ofrecen una buena muestra de la calidad que la poesía hispanoamericana, si atendemos a vuestro origen, tiene en la España contemporánea; calidad a la que responden editoriales humildes y atrevidas ―esta calificación sólo desde la visión mercantil que hoy prima― como Papel de Fumar Ediciones, de Madrid (España) y El Otro el mismo, de Mérida (Venezuela), al reconocer el privilegio que los lectores tenemos de disfrutar con estas letras.
Conrado Arranz (CA): Me gustaría, en primer lugar, saber cómo compatibilizáis vuestra vida cotidiana con la escritura de poesía.
Viviana Paletta (VP): Hablar de compatibilidad sería todo un logro… Tengo una niña chiquita y llevo adelante un proyecto editorial que, dado las dificilísimas circunstancias que estamos atravesando, requiere la totalidad del tiempo y la energía. No obstante, siempre intento reservar una parcela de tiempo para la escritura, es una necesidad casi biológica, además de para reflexionar en torno a cada texto en el que esté trabajando y acerca del hecho de escribir en general, y de lecturas sobre teoría literaria, poética, etc.
Óscar Pirot (OP): El desbordamiento de la cotidianeidad a veces me produce un estado de indeterminación, una suerte de autismo existencial. Es como si la densidad de los días me fuera fosilizando y me maquillara con un halo de invulnerabilidad. Es entonces cuando la escritura se hace más necesaria, es entonces cuando uno se detiene, baja las armas y se predispone a una voluntad de contagio. En mi caso, la escritura no surge del trayecto sino de las pausas, esas pequeñas visiones en las que de pronto el entusiasmo y la vitalidad nos devuelven la capacidad de asombro. El asombro permite que uno no sea sombra. En mi día a día busco un estado contemplativo, ese pequeño hallazgo que puede surgir de una reflexión, un recuerdo o un contacto directo con la intemperie. Entre ese hallazgo y el acto de la aparición del poema atravieso por un proceso al que denomino la sedimentación del lenguaje, un lento despeñarse en el que busco que el poema sea quien me escriba y no yo quien escriba el poema.  En ese sentido escribir no es escribir sino desollar el silencio, desoír para escuchar lo que hasta ese momento se nos presenta como indecible. En mi vida cotidiana compatibilizo la escritura con esa alteridad entre el hombre seducido por el letargo de la rutina y el niño que se detiene boquiabierto a sentir cómo el mundo acaba de nacer.
CA: ¿En qué proporción repartís la carga espiritual y la carga material dentro de un poema?, ¿qué importancia tiene la forma respecto al contenido en vuestra poesía? y ¿qué función cumple cada una?
VP: toda la carga espiritual, como la defines, se expresa a través de la “estrategia” material. Para mí el poema es un “híbrido” de continente (o forma) y contenido; no tiene ningún sentido que la balanza se incline a favor de uno o de otro, iría en detrimento del poema. Creo que un poema es una entidad autónoma cuando alcanza la mejor forma, la expresión única de ese contenido a través de la materialidad que le sirve de vehículo.
OP: Siempre me ha cautivado -entre otras influencias filosóficas como el concepto de sustancia divina de Baruj Spinoza- la teoría del hilozoísmo de Tales de Mileto como ejercicio espiritual a lo largo de mi vida. El hilozoísmo abogaba por una animación psíquica de lo que a nuestros ojos se presenta como inanimado. Tales de Mileto confiaba en que las cosas estaban habitadas por pequeños dioses. Más allá de esta creencia, que me resulta peculiarmente afín con la religión del shintoismo –guardando, claro, las debidas proporciones-  lo que me produjo cierta curiosidad fue llevar a cabo ese planteamiento indagatorio sobre las cosas que me rodeaban. Un ensayo imaginativo de despersonalización para intentar penetrar en el ser de las cosas y hablar desde ellas o siendo ellas. Por eso creo que la carga espiritual en mis poemas no está escindida de la carga material, intento más bien que confluyan y se vean sometidas a una simbiosis en la que se contengan simultáneamente. Trato que el poema contenga un aliento místico y sobre todo naïf.  En ese sentido me cautiva mucho una idea del poeta mexicano Antonio Deltoro que dice que en “la infancia todo está animado, todo está almado”, es decir, que todo tiene alma. Lo que intento es que el poema sea una recreación del instante, una realidad poética en donde las cosas dejen de ser ellas mismas para convertirse en otras.
En algunos de mis poemas la importancia de la forma es fundamental debido a que la distribución tipográfica del verso o la adecuación a una forma métrica convencional o inventada son el vehículo para que las palabras cuajen y fortalezcan el sentido de lo que en ese momento se está diciendo. El cuerpo del poema se nos presenta como una danza petrificada que cobra movimiento en la lectura. Busco que la forma cumpla la función de hacer visible la musicalidad interior que duerme en cada poema, y en otros casos que alimente el significado que se desprende esa musicalidad. El contenido en la forma se vuelve incontinencia, va más allá de ella, es una semilla que nace para  transgredir  sus límites y florecer en una imagen distinta a la que se proyecta. En mi poemario Bestimenta intenté que esta relación fuera por demás evidente, quise que fuera un bestiario del lenguaje. Así, por ejemplo, si el poema se refiere a una ardilla, un escarabajo o a una libélula, utilizo el haikú, el aforismo o la greguería; mientras que al hablar del hipopótamo, el mandril o de una cocodrila, recurro a un desbordamiento, una incontinencia del lenguaje que denote la pesadez o la violencia verbal que estos animales pudieran encausar a través de una voz imaginaria. La forma y el contenido son una unidad indisoluble que busca ser disuelta.
CA: En ambos poemarios, la reflexión en torno al lenguaje termina por constituirse en un elemento esencial, ¿qué inquietud os genera este tema y cómo interactúa con el resto?
VP: Más que inquietud, supone un reto, un aliciente, un acicate para la imaginación y el trabajo de encontrar la correspondencia de la palabra con la forma que le es idónea. Creo que tenemos “el lenguaje” y “todos” los lenguajes (y todas las formas, las más puramente líricas y las provenientes de otros ámbitos) como materia prima a nuestra disposición.
OP: Mis dos grandes obsesiones son el lenguaje y la luz. Desde el Cratilo hasta nuestros días la idea de la palabra como portadora del ser ha sido un tema inagotable. En mi opinión, este cuestionamiento se reduce a una paradoja: el lenguaje no da vida pero es vida. “Hay que pensar  -nos dice María Zambrano- que el primer lenguaje tuvo que ser delirio. Milagro verificado en el hombre, anunciación, en el hombre, de la palabra.” Si la palabra se anunció en nosotros estamos destinados a enunciarla. En mis poemas no busco explicar el lenguaje sino simplemente evidenciarlo, que el lenguaje se diga sí mismo. La poesía está más cerca de la onomatopeya primitiva porque recurre a ese delirio para exorcizar un estado de lucidez. Esta esencia interactúa en mi poesía a modo de intermitencia: que el lenguaje poético diga y que también se diga.
CA: ¿Cuáles pensáis que son los ingredientes del lenguaje moderno?, ¿cómo se articula en relación con los hechos cotidianos?
VP: Resulta una pregunta muy amplia y compleja ya que somos “canales” de innumerables tipologías lingüísticas, simultáneamente, resultado de los medios de información y comunicación vigentes hoy, novedosos algunos como internet, móviles (celulares), etc. Por un lado se tiende a la especialización, pero, lamentablemente, con la imposición de ciertas perspectivas (por ejemplo, la del lenguaje económico y financiero, la terminología deportiva –donde todo se subsume en una lógica de la competencia–, los eslóganes propios de la publicidad y la propaganda, etc.) ese lenguaje especializado invade los otros ámbitos, hasta los menos afines, desplazando otras variantes lingüísticas más apropiadas e incluso llevándolas al abandono. De ahí la pobreza lingüística que nos aqueja y que vuelve el discurso vigente monocorde, estrecho y, las más de las veces, vacío. Lo que deriva en una falta de elementos para asimilar la experiencia, sea esta la correspondiente a la cotidianeidad o a hechos de mayor alcance.
OP: Las redes sociales y la tecnología han convertido nuestra vida en un hipertexto colectivo. Las voces se entremezclan y dan por resultado una especie de multi-autobiografía mutilada. Este palimpsesto está marcado por la fugacidad, la concisión, la divulgación y la evidencia de lo íntimo. La hiperactividad de nuestras sociedades nos orillan a decir y a señalar, cuando en realidad debiéramos nombrar y descubrir. Esta es la ambivalencia que el lenguaje moderno y los hechos cotidianos nos están heredando.
CA: ¿Qué sentimientos os produce escribir poesía?
VP: La libertad. La posibilidad del autoconocimiento. Una forma particular, lúdica y clarificadora, incluso luminosa a veces, de pensar.
OP: Escribir poesía me produce una sensación de compañía y orfandad. Vivo la poesía como un duelo interior, una oración, un rezo. Siento una gran debilidad y empatía por Ícaro y Faetón. En ambas figuras me cautiva el riesgo del ascenso y la caída. Escribir poesía me produce ese vértigo inmóvil. El riesgo de estar vivo.
CA: Conocemos de cerca poetas que han vivido casos tan traumáticos o, sencillamente, tan irracionales, que han llegado a decir basta a una realidad poetizable, que se han visto determinados a dejar de escribir ―muchas veces en beneficio del activismo. La violencia es, en muchas ocasiones, culpable de esta determinación, ¿cuál es tu opinión al respecto?
VP: La literatura latinoamericana tiene incontables casos de convivencia de la vida política con la literaria (indiscernible en sus orígenes, como en el caso de Sarmiento, Echeverría, etc.) del abandono de la escritura en favor del activismo político, empezando por Martí y más específicamente a mediados del xx deriva en la lucha armada (Dalton, Urondo, Bustos, Walsh, etc.) y estoy de acuerdo contigo en que la violencia, especialmente la totalitaria, acelera ese tipo de decisiones, aunque también los ideales, sentir que se forma parte de una maquinaria colectiva en un momento histórico único, por lo que las vocaciones individuales como es la literaria se llegan a percibir, a sufrir, como un lastre: es claro esa disyuntiva terrible que sufrieron algunos autores. Creo que el poeta, el escritor, como cualquier otra persona que da lo mejor de sí en la práctica de su vocación y oficio, tendría que salvaguardar esa tarea porque le es intrínseca como persona, pero también es un trabajo social, comunitario: sus palabras son para los demás, así sus reflexiones, sus hallazgos, su pensamiento. Sin embargo, entiendo perfectamente que formar parte de un movimiento revolucionario –o ser víctima de una dictadura, por ejemplo- lleve a abandonar la práctica de esa vocación.
CA: En tu poesía hay una constante referencia al sentido de la tierra para el hombre. En el poema que da título a tu libro afirmas al principio: “La muchedumbre emerge del barro”, para luego, en un sentido más material, constatar: “Pero tenemos pavor / de que nos rapten la tierra”. ¿De qué manera enraíza dicha concepción con la tradición hispanoamericana de principios del siglo XX?, ¿cómo crees que influye este tema en tu obra, en tu concepción del mundo?
VP: Como decía Joaquín Pasos, “Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra…”. Siendo completamente sincera, tu lectura fue la que reveló esta presencia tan pertinaz en mi poesía, de la que no era consciente (me consideraba más “urbanita” y menos “gauchesca”). Creo que tiene que ver con la idea de permanencia, con la raíz última del ser. Reflexionar en qué es lo que permanece cuando todo se desbarata, se desintegra. Más en el tipo de vida que llevamos en las ciudades a principios del siglo xxi: todo fluye, se migra, se cambia continuamente, hasta “lo sólido se desvanece en el aire”, como anunciaba Marx, vivimos entre virtualidades y variantes constantemente, entre la ligereza y la inaprehensión, con graves problemas para “capturar” la experiencia, asimilar las vivencias; y quizá los elementos “permanentes” como la tierra respondan a esa necesidad de anclarse, sostenerse, aunque sea en su mínima expresión. Es probable que su origen se encuentre en la narrativa latinoamericana de principios del xx (José Eustasio Rivera, Rómulo Gallegos, Horacio Quiroga) donde el paisaje es un protagonista más, e incluso a veces tiene la última palabra, y que también se puede rastrear en multitud de autores posteriores, como Borges, Girondo, Neruda, Rulfo, Lezama Lima, y por supuesto Vallejo… Y también en escritores argentinos que me apasionan, el narrador Rodolfo Walsh y el poeta Arturo Carrera.
CA: ¿Si fueras un animal?
VP: Alguno que tenga que ver con los espacios abiertos, el aire libre; el viento en la cara: un caballo, algún felino. También un pez ligero en el mar.
CA: El hombre y la bestia forman el binomio esencial en tu reciente poemario, ¿cómo se articula en torno a tu concepción poética?
OP: Todo parte entorno a una reflexión de lo animal y lo poético. La naturaleza animal implica en sí misma un estado de permanencia poética.  Pareciera que los movimientos naturales de ciertos animales poseen intrínsecamente una belleza singular. En contraste, los movimientos naturales del  hombre resultan a veces anodinos. Creo que, entre otras muchas razones, inventamos el arte para llenar los vacíos poéticos de los que carece nuestra propia naturaleza. El arte, más allá de alejarnos de los animales, nos acerca más a ellos. Mi poemario Bestimenta es un acercamiento hacia esta concepción fraterna con lo animal.
CA: Como en “Sueño manatí” [poema incluido en Bestimenta], en ocasiones resulta difícil expresar con el lenguaje lo que forma parte de nosotros. En tus poemas, la reflexión en torno al silencio, constituye un tema recurrente, ¿cómo planteas esa relación entre lo nombrado y lo no dicho?
OP: La insinuación es una de las virtudes poéticas que más me seducen. Esta virtud la descubrí gracias al acercamiento a la poesía china, japonesa e hindú, que se lo debo en gran parte al libro Versiones y diversiones de Octavio Paz. La insinuación plantea que el poema está en lo no dicho. Entre lo nombrado y lo no dicho hay una inercia que se desprende y nos convida de una nueva incertidumbre que nace a partir de lo que el poema dice. El poema nace del silencio y regresa a él. Es una ablución que acaba por convertirse en un vapor más allá de su agua. Es ese vapor lo que busco al bautizar el poema.
CA: ¿Si fueras un territorio?
OP: Sería un paisaje nevado. La nieve es la escritura que borra lo dicho por el paisaje.

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